Los hábitos alimentarios del ser humano han ido cambiando a lo largo de su historia debido a muchos factores ligados tanto a la evolución del medio como la de nuestro propio organismo. Es por ello que la huella de nuestro paso por la Tierra se ha modificado, pasando de ser reincorporada a la cadena trófica de modo natural a tener que gestionar las cantidades de residuos que dejamos a nuestro paso. Gestionar no significa que no haya pérdidas de materia y energía, puesto que un sistema tan amplio y tan poco delimitado resulta imposible el funcionamiento exacto de todos sus componentes.
Muchas veces no somos capaces de imaginar de los residuos que producimos. Estudios realizados en el 2009 apuntaban a que cada uno de nosotros generamos aproximadamente unos 547 kg de basura al año. Esto nos sitúa en el top ten de los más «basureros» de la Unión Europea. Parte de esa basura es reciclada (un 39%) o incinerada (9%) aunque la mayoría va a parar a vertederos (un 52%). Datos extraídos de aquí
Pero esta basura podemos decir que son los residuos físicos. Los residuos que no vemos, como las emisiones de CO2 son más difíciles de cuantificar. Os queremos dejar con un gráfico:
Como podéis ver la huella generada por las prácticas intensivas de la ganadería comparada con dietas Vegetarianas o Veganas (definición aquí) son abismales. Claro está que todos los países no contribuyen de igual forma a la emisión del CO2 atmosférico, ni tampoco todos ellos tienen la posibilidad de consumir frecuentemente carne.
Con ello queremos hacer un guiño a estos dos tipos de alimentación, puesto que aunque las plantas generan CO2 al igual que los animales, ellas lo puede reutilizar para obtener energía; en cambio los animales no tenemos esa capacidad. No queremos olvidar tampoco que las dietas excluyentes pueden provocar carencias en alguno de los grupos de nutrientes esenciales.
La clave del éxito alimentario está en el equilibrio.